Ruta por la Vía de la Plata
Ruta creada por Roberto Naveiras
#RutaVíaPlataEnMoto
Después de visitar el Parque Nacional de Monfragüe hemos recalado en Plasencia, la capital del Norte de Extremadura. En “La Perla del Valle”, como también es conocida, podemos establecer nuestra base para conocer toda la comarca o para, como es nuestro caso, continuar hacia el Norte de la Vía de la Plata y explorar lo que nos ofrece la comunidad vecina.
Pero antes habremos visitado la Plaza Mayor, disfrutando de un aperitivo en cualquiera de sus terrazas y haraganear al sol de la mañana.
Dos catedrales, la Vieja y la Nueva, su muralla del año 1200, palacios antiquísimos o el acueducto, son sólo algunos motivos para demorar nuestra partida, por lo menos, un día.
Dejamos Plasencia en dirección al Valle del Jerte pero lo hacemos por un valle más al Este: la impresionante comarca de La Vera. Quizá lo más famoso de esta zona sea el pimentón pero este valle que lame con delicadeza las estribaciones de la Sierra de Gredos, nos ofrece mucho más que eso.
Gargantas y cascadas se deslizan hacia el Tiétar, horadan la geografía ofreciendo piscinas naturales llenas de encanto. Carlos V tenía aquí una de sus residencias temporales para escapar de la vorágine palaciega. Hoy se ha reconvertido en el Parador de Jarandilla y sigue siendo un lugar absolutamente delicioso. Además, no tendremos que desviarnos mucho de la ruta propuesta para visitarlo.
Ascendemos luego, entre formaciones graníticas y hacemos parada en Garganta de Olla, villa posada en un pináculo, ente terrazas de cultivo. El pueblo está situado entre gargantas y destaca la gran cantidad de piscinas naturales que hay en la zona, ideales para refrescarse en los calurosos días de verano. Llama la atención, en el centro de la villa, la Casa de las Muñeecas, una antigua casa de citas que se pintaba de azul para distinguirla de las demás. Después del Puente Cuacos un gran tobogán natural, el Rastraculos, hizo las delicias de decenas de generaciones de niños que disfrutaron de su más de mil metros de canchal.
Descendemos por la estrecha CC-174 entre encinas y melojos, atravesando gargantas, gargantillas y arroyos en dirección a Cabezuela del Valle, en el Jerte. Este valle se hace famoso cada año, al principio de la primavera cuando los cerezos están en plena floración. Arriba, en el nacimiento del río, nos encontramos con el Puerto de Tornavacas, a poco más de 1200 metros de altitud y desde el que tenemos una panorámica increíble de todo del valle. Desde aquí arriba, la inmensidad es espectacular; estamos en la divisoria de la Cuenca del Duero y la del Tajo, entre las sierra de Gredos, Béjar y Candelario.
Descendemos nuevamente para llegar a Hervás por una retorcida carretera y visitar el Museo de la Moto. Viajamos en moto, disfrutamos la moto y nos apasionan las dos ruedas: es una visita obligada.
Luego nos espera Guijuelo, tierra de jamones, y su Museo de la Industria Chacinera.
Y por fin, llegamos a Salamanca, la ciudad monumental donde pasear pasa a ser, más que una afición, un arte. La Casa de las Conchas, la Catedral Nueva, el Convento de San Esteban, el Museo de Unamuno, el huerto de Calixto y Melibea… Todo es tan de mirar aquí que uno tiene la sensación de que no terminará nunca. Y sus bares. Y los pinchos. Y si vas en septiembre y coincide con las ferias te sentirás en estado de gracia.
De camino a Los Arribes nos recibe Ledesma, viva desde el siglo VII antes de Cristo y cuna de nobleza y señorío.
Detendremos la moto en cualquier punto del Embalse de La Almendra, quizá en la presa misma, que es la más alta de España. Las dimensiones del pantano sobrecogen y nos preguntaremos si no estamos mirando a un mar calmo. Sin embargo este embalse no llama la atención por ser uno de los más grande de España, que también. Su peculiaridad más audaz es la forma en que producen la energía: llevando el agua por un túnel de más de 15 m que se va estrechando en su tramo final hasta desaguar toda su presión en las turbinas de Villarino.
Llegamos a Los Arribes del Duero. Aquí, entre dos provincias, entre dos países, se dan la mano el río y la montaña, la meseta cerealística y los montes de almendros. Desde la penillanura del Parque Natural nos asomamos a las laderas escarpadas que se caen al río Duero. De nuevo, curva y contracurva. Carreteras secundarias donde la moto y el motorista encuentran su hábitat natural.
Después, con el alma tranquila y reconciliados con nosotros mismos, descansaremos en Zamora, alzada sobre la “pequeña tajada” que nos cuenta el Romancero Viejo. Murallas, románico en profusión y arquitectura civil se entremezclan en nuestro paseo, justo antes de disfrutar de algún caldo de la D.O. Tierra del Vino y mirar la moto de soslayo, haciendo un guiño de complicidad.